miércoles, 25 de abril de 2012

Le hace falta sabor


Lo conocí siendo casado. Era un romance cien por ciento ilícito, inmoral, mal visto y secreto. Detrás de mis paredes y debajo de mis sábanas, era el cielo.

Horas después de haberlo conocido (cuando un dolor de cabeza amenazaba con llevarme a la muerte, producto de media docena de ginebras que tomé esa noche), ya sabía que lo quería para el resto de mi vida.

Lo nuestro se preparó a fuego lento. El primer año de conocernos apenas y nos vimos unas 8 veces. Luego, algo pasó en su vida que comenzó a buscarme más. Coincidió con una etapa de la mía en la que yo recuperaba mi libertad. Entonces podía darme el lujo de no salir de mi departamento por tres días, escribía desde ahí. Él iba y venía. Regresaba en las madrugadas con la mejor comida del mundo. Me alimentaba y me amaba. Luego se iba por las tardes.

Me di cuenta que todo había cambiado cuando mi casa comenzó a oler a él, a algo un poco dulzón, el mismo olor que siempre me recordó a mi abuelo, el otro gran hombre de mi vida.

Fueron cuatro meses en los que no nos despegamos. Entonces yo vivía sola, y él hacía tiempo que también. Mis ahorros se comenzaron a agotar, lo mismo que mi paciencia. Lo invité a vivir conmigo.

Esa noche me puse un vestido bonito, él se rasuró, perfumó, y llevo a nuestra casa 2 botellas de vino. Bailamos, reímos, y hasta lloramos juntos. Recuerdo esa noche con más anhelo que nuestra propia boda. Ese día supimos que lo habíamos encontrado todo.

Juntos formamos una pareja digna de revista: el éxito, la química, el status, el morbo alrededor de los orígenes de nuestra relación, la diferencia en edades, nuestro estilo de vida, todo lo nuestro era complemento.

Y fui feliz, la mujer más feliz. Durante años, antes de conocerlo, traté de imaginar a la persona con la que terminaría compartiendo mi vida, nunca lo pude imaginar a él, pero el día que llegó, en una especie de revelación, caí en cuenta que estaba por fin frente a mi.

Me lo arrebató la curva del Km. 276 de una carretera que jamás volveré a cruzar. Pasaron 11 meses y 17 días para que yo pudiera guardar sus cosas en cajas de cartón. Todavía me duele en cada rincón. Todavía me despierto a la 1:15 am creyendo que regresó a nuestra casa. Todavía extraño sus manos y sus ojos verdes.

Hoy me basta con bautizar con su nombre todas las cosas bonitas que me topo por la vida. Nuestro perro duerme en su lugar. A mis días le hace falta toda su pasión, a la casa, el eco de su risa. A mi… a mi me falta todo. Mi vida no sabe a nada sin él.