Aquel primer día que pisé el ITAM, cargando
las decenas libros que te obligan a comprar al ingresar, y un montón de sueños,
un hombre habría cambiado mi vida para siempre.
Los días en Río Hondo #1 transcurren con
frialdad, pero había un aula, el SA1 en mi caso, en la todo era diferente.
Los siguientes 5 meses aprendería a
respetar mi profesión, a apasionarme por la lectura, el debate y el café, pero
sobre todo, a enamorarme de la Ciencia que me permitiría, al menos en potencia,
darle a México lo que desde hacía mucho tiempo había deseado.
Esta historia se repite por decenas y
decenas, durante varios años.
Se escribirán muchas reflexiones, jamás
suficientes, sobre las aportaciones que
Alonso Lujambio le dió a este país. Pocas de ellas serán justas en algo: lo que
ese brillante hombre dejó en las conciencias de los que un día fuimos sus
alumnos, es un legado incalculable. Yo solo fui una más, y hoy sé que fui una
privilegiada.
Desde esta trinchera del México que
ayudaste a construir, me despido de ti, querido Alonso. Te agradezco por
contagiarnos con tu entrega. Gracias, en lo personal, por darme el ánimo y la
fuerza que un día comenzaba a perder.
Será en tu honor, colega.
Sé que un día nos volveremos a ver. Hasta
entonces y hasta siempre.
PF
QUÉ PENA TAN GRANDE..!! UNA PÈRDIDA QUE NOS DUELE A MUCHOS. TE LLORO ALONSO,PRONTO NOS VEREMOS EN LA SIGUIENTE DIMENSIÓN.
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