Lo conocí siendo
casado. Era un romance cien por ciento ilícito, inmoral, mal visto y secreto.
Detrás de mis paredes y debajo de mis sábanas, era el cielo.
Horas después de
haberlo conocido (cuando un dolor de cabeza amenazaba con llevarme a la muerte,
producto de media docena de ginebras que tomé esa noche), ya sabía que lo quería
para el resto de mi vida.
Lo nuestro se
preparó a fuego lento. El primer año de conocernos apenas y nos vimos unas 8
veces. Luego, algo pasó en su vida que comenzó a buscarme más. Coincidió con
una etapa de la mía en la que yo recuperaba mi libertad. Entonces podía darme
el lujo de no salir de mi departamento por tres días, escribía desde ahí. Él iba y venía. Regresaba
en las madrugadas con la mejor comida del mundo. Me alimentaba y me amaba. Luego
se iba por las tardes.
Me di cuenta que
todo había cambiado cuando mi casa comenzó a oler a él, a algo un poco dulzón, el
mismo olor que siempre me recordó a mi abuelo, el otro gran hombre de mi vida.
Fueron cuatro meses
en los que no nos despegamos. Entonces yo vivía sola, y él hacía tiempo que también. Mis ahorros se comenzaron a agotar, lo mismo que mi
paciencia. Lo invité a vivir conmigo.
Esa noche me puse un
vestido bonito, él se rasuró, perfumó, y llevo a nuestra casa 2 botellas de
vino. Bailamos, reímos, y hasta lloramos juntos. Recuerdo esa noche con más
anhelo que nuestra propia boda. Ese día supimos que lo habíamos encontrado
todo.
Juntos formamos una
pareja digna de revista: el éxito, la química, el status, el morbo alrededor de
los orígenes de nuestra relación, la diferencia en edades, nuestro estilo de
vida, todo lo nuestro era complemento.
Y fui feliz, la
mujer más feliz. Durante años, antes de conocerlo, traté de imaginar a la
persona con la que terminaría compartiendo mi vida, nunca lo pude imaginar a
él, pero el día que llegó, en una especie de revelación, caí en cuenta que
estaba por fin frente a mi.
Me lo arrebató la
curva del Km. 276 de una carretera que jamás volveré a cruzar. Pasaron 11 meses
y 17 días para que yo pudiera guardar sus cosas en cajas de cartón. Todavía me
duele en cada rincón. Todavía me despierto a la 1:15 am creyendo que regresó a
nuestra casa. Todavía extraño sus manos y sus ojos verdes.
Hoy me basta con
bautizar con su nombre todas las cosas bonitas que me topo por la vida. Nuestro
perro duerme en su lugar. A mis días le hace falta toda su pasión, a la casa, el eco
de su risa. A mi… a mi me falta todo. Mi vida no sabe a nada sin él.
Ahora si lloré
ResponderEliminarhasta lloramos juntos
ResponderEliminarGordo creo que estoy hormonal, yo también lloré...
ResponderEliminarQué bonito :)
ResponderEliminarQué buena entrada!
ResponderEliminar