Al terminar
finalmente con mi simplona historia de amor #4, se instaló aquí, por más tiempo
del que debía, una incapacidad para encontrar cualidades en los demás.
Todo me aburría y
nada me enamoraba lo suficiente. Ni la música, ni la ropa, ni las tardes, ni
las noches, ni la playa, ni el vino, ni mi gato… ni los enemigos.
Con la sensibilidad
descompuesta me di a la tarea de hacer lo que quise, sin margen de error, sin
riesgo al melodrama, ni a las pérdidas.
En el camino me topé
primero con el hombre prototipo de gran partido, ese al que por mutuo acuerdo
decidí no conocer mejor. Un buen amante que pasaba ocasionalmente por la cama
en la que cada noche soñaba con cualquier cosa, menos con él.
Luego, tenía para
mí los recuerdos, reciclados, desgastados de tanto recurrir a ellos. Tenía al
amor más clandestino de todos, al que la vida me dejaba tener en dosis
mínimas, seguramente previniéndome de un desenlace trágico y doloroso. Finalmente,
tenía para mí mis fantasías, unas cuantas cumplidas y otro montón abandonadas.
Eso de vez en cuando me hacía sonreir.
El vacío y la
frialdad estuvieron por varios años, fue una etapa personal en la que todo
guardaba un aparente orden y una aburrición relativamente cómoda.
Por las mañanas
tomaba buenas decisiones, la creatividad fluía y la seguridad sobraba. Por las
noches, sin embargo, en el único espacio que reservé en mi vida para esa tarea,
el amor había perdido mi respeto y se convirtió en ensayo permanente de
placeres decorosos.
Invertí mucho tiempo,
suficiente, en las lecciones teóricas y prácticas que me convertirían en una mejor
amante. Perdí la costumbre en todo lo demás.
Luego, alguién llegó,
y comenzó a pintar de colores los rincones. Me importaba poco, hasta que sin
darme cuenta, un día dejó de ser así.
A veces recuerdo esa
época sepia con mucha nostalgia. La vida era perfecta rodeada de secretos, y todo
lo demás, en aquellos días, se resolvía con sencillez.
Paloma Franco: y luego niegas... Pancho
ResponderEliminar