Mi padre biológico murió hace algunas semanas. Jamás
 lo conocí, sin embargo, nunca le guardé rencor, ni anhelo... supogo que
 esta sanidad mental fue producto de una infancia feliz y de que con el 
paso de los años he obtenido cuanta cosa me he propuesto. Nada me faltó.
Crecí con el amor del hombre más extraordinario, exótico y 
especial del mundo: mi abuelo. Heredé de él todo lo que hacía llamativo y
 mitotero, hasta su voz grave. He pasado los últimos diez años tratanto 
de controlar toda su herencia, aunque en el fondo sé que jamás lo 
conseguiré. 
Chaplin jamás sustituyó a mi padre, de niña fue mi
 mejor amigo y desde que nací, hasta el último de sus días, me quiso más
 que a nadie. Me eligió a mi para morir, y yo a cambio, lo elegí a él para 
vivir. En todo momento lo imagino con su cara de orgullo, 
mirándome desde el lugar en el que está, en donde seguramente, ha 
instalado un sindicato de difuntos inconformes. 
Aún con estas circunstancias, y pese a su lejanía, la noticia de la muerte de Ramón me tomó por sorpresa. Fue
 un día lento, duro, doloroso. Sin explicación alguna, no pude evitar 
llorar, tenía un vacío en el estómago y una presión en la cabeza. Sentí
 mucha necesidad de ir a la iglesia y de rezar por él. Lo hice.
 Fue un alivio gigante. 
Cuando 
salíamos de misa, Gerardo me compró un elote que me recordó a mi niñez, 
esa en la que reí  y aprendí tanto. Reflexioné sobre la suerte que tuve y
 que he tenido siempre, y sobre la vida simple y a la vez llena de retos
 que me he decidido por tener. Me di cuenta que ese hombre jamás estuvo 
aquí para hacerme las cosas más complicadas, le dejó a mi madre 
convertirme en una soñadora disciplinada. En su ausencia conocí la 
ambición, el esfuerzo y la perseverancia; no recuerdo nada malo derivado de que no estuviera aquí. Comencé a suponer que eso se agradece.
Nunca quise saber más de su 
historia con mi madre, ella tiene un pasado y muchas historias que juzgar, olvidar o perdonar, yo no. Ni aún hoy me interesa ahondar en los detalles. Esa vida no es
 mía, fue de ella y de él y a mi hoy no me hace bien o mal. Menos 
ahora.
No sabré explicar nunca lo que me provocó la partida de quien jamás estuvo aquí, pero supongo que esa frase de "la sangre llama" es muy real. Se fue el hombre que me dio la vida, y con eso, vinieron a mí las reflexiones que jamás imaginé tener. Con eso vino un adiós, que muy en el fondo, siempre guardé.
  
Gracias por la vida y por la paz. Descansa por siempre, papá