Amacene apenas, y a pesar del agotamiento,
hoy no puedo dormir.
Como siempre, has dejado este lugar oliendo
a ti, ese olor que en los primeros minutos de la mañana se transforma en la pena
de no tenerte siempre y de haberte perdido una vez más.
Avanza el día, y tras un poco de agua en la
cara, la pasajera melancolía da lugar a
una gran sonrisa.
La vida sigue su ritmo y el recuerdo se
esfuma a sabiendas que en una de estas noches, con suerte, nos volveremos a
conocer; y con suerte también, con suerte y con certeza, habrás de llevarme a
ese punto tan lejano a la cordura.
Repetir el comienzo cien veces, o las veces
que sean necesarias, con tal de vivir cien veces el siempre distinto y
extraordinario final.
Como siempre, querido extraño, es un placer
volverte a conocer.
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